Tres
meses, doce semanas, ochenta y cuatro días aproximadamente. Para mí
han supuesto toda una experiencia vital. En ese tiempo me he sacudido
las últimas gotas de un -emocionalmente- tormentoso verano, me he
hundido en el gélido oceano de mi infierno particular y he empezado
a subir a la superficie, que cada día parece más próxima. Estos
tres meses han sido toda una época para mí; para otros, estrellas
menos conscientes de los satélites que giran a su alrededor,
han pasado con la misma ligereza que un fin de semana largo o unas
vacaciones cortas.
El
mismo espacio de tiempo puede pasar para unos con la misma lentitud e
inestabilidad de un viaje trasatlántico, tedioso en extremo o
excitante hasta el delirio; mientras tanto, es posible que para otros transcurra al
frenético ritmo del caudal de un río, hasta que este es
interrumpido de forma brusca por la aparición de un tronco que frena
la corriente, lo que en una analogía humana sería el indeseado
inicio del horario laboral o un acontecimiento inesperado que rompe
contra la rutina. Estos últimos tienden a pensar que el resto de
personas han percibido el paso del tiempo del mismo modo que ellos, y
no les preocupa irrumpir en las vidas de los otros -incluso aquellos
a los que han dejado atrás con total indiferencia- sin tan siquiera
plantearse que estos no se encuentran en su misma situación, que su
vida ha seguido un curso diferente o se ha pausado indefinidamente -y
en ambos casos ya no esperan lo que antes esperaban de ellos-, y una
reaparición no solo es inoportuna; además, hasta cierto punto,
resulta indeseada por arrogante y falta de tacto.
El tiempo es una variable que, como los pequeños
acontecimientos del día a día, es percibida de formas tan diversas
como personas hay en el mundo. Lo importante no es seguir el ritmo de
los demás, así como tampoco esperar que los demás vayan a seguir
tu ritmo. Lo importante, y lo que diferencia a los considerados de
los egoístas, es saber cuándo es oportuna la presencia de uno, y
cuando no es más que un estorbo a destiempo.
Como
se suele decir, el momento lo es todo, y cuando este se pasa no queda
absolutamente nada.
9 comentarios:
La importancia del momento... Tanto de su duración, como de su intensidad, como de su irrupción y abandono...
Eres un poeta, que lo sepas, :)
Aquello de Carpe Diem abraza los instantes y los hace necesarios y cómplices de nuestro tiempo.
Su medida, como muy bien dices, es nuestra, una capacidad subjetiva de apreciar la vida y ajustarla a la necesidad de valorar nuestro memorable, a veces, tiempo pasado/futuro.
Muy buena entrada, caballero.
Lo que cuentas: "una mala racha que había que pasar". Pero cómo lo cuentas: fantástico. Me ha gustado mucho como está escrito. Enhorabuena!!
Generalmente a la gente que le importas mucho no le molesta reaceptarte, pero es difícil cuando por una mala racha te desconectas y luego tienes que 'volver'...no se me ocurre mucho más que decir :)
Que el tiempo juegue a nuestra favor
El tiempo no espera por nadie!!! Así q aprovecha!!!!!
El momento lo es todo, y sin el momento no somos nadie.
Estoy totalmente de acuerdo contigo.
Los malos momentos pasan, pero siguen siendo momentos de mierda. Yo sigo recuperandome de uno de ellos...espero que por lo que cuentas, tú ya estés recuperado ;)
Me ha gustado esta entrada eh? :D Vaya que sí, los momentos hay que aprovecharlos, sin duda..
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
Publicar un comentario