domingo, 25 de abril de 2010

Anoche lo vi

Que alguien sea tu ex significa que, en algún momento, fue algo más, y eso le da un poder especial, incluso si no fue él quien tomó la decisión de romper.
La noche que vi a mi ex por primera vez tras la separación empezó con normalidad, con la única particularidad de que era el cumpleaños de Paula, y organizamos una churrascada para celebrarlo. Tarta, velas, regalos. Regalo, en realidad, pero es que somos un grupo repartido entre los últimos años de carrera y los primeros de trabajo, ambos casos económicamente críticos. Después de la cena salimos de fiesta. Yo estaba cansado, últimamente siempre lo estoy. Tal vez sea por la interminable lista de cosas que hacer para clase, o puede que simplemente me haya acostumbrado a sentirme así y ya no me esfuerce en cambiarlo. Participé en la animada conversación, me reí y sonreí. Todos lo hacían, la diferencia es que yo lo hacía sin la felicidad lubricada por el alcohol. Al contrario que mis amigas, yo quería irme a casa y dormir. Dormirme yo, no dormir la mona.
Me tomé una Coronita, por aquello de adquirir el complemento que me faltaba para no desentonar como cliente transitorio de un bar de copas, y seguí adelante con la noche, luchando contra mi propia apatía.
Cambiamos de local y, nada más zambullirme en la nueva marea de personas, humo de tabaco y música, una cara familiar me llamó por el rabillo del ojo, conduciendo mi mirada hacia un primer plano inconfundible. Enseguida sentí un mareo similar al del chico que bebía su séptima copa a mi lado.
Él no me vio, no lo creo. No lo sé. Tampoco sé qué me pasó por la cabeza exactamente, porque fueron muchas cosas que se solapaban entre ellas haciendo imposible su codificación. La última vez que hablamos, la primera que me sonrió, la segunda que dormimos juntos, la octava que nos besamos. Por qué decidí que no quería continuar. Por qué no insistió. Quién tenía razón. Qué fue un error. Soy un idiota. Deja de darle vueltas a la cabeza. Compórtate como el adulto que tu DNI dice que eres.
De pronto, el cansancio desapareció para dar paso a una suerte de ansiedad, telonera en un concierto de emociones.
Casi un año sin ver a una persona -ni me permito cotillear su perfil de Facebook-.
"Sta nche t vi y, no se pq, pro m puse nervioso." Me arrepentí en el mismo momento de pulsar la tecla de enviar. Es lo que tiene actuar por impulsos.
La calle de mi casa estaba difuminada por una neblina, y esto no es una empalagosa metáfora de mi situación personal, sino la descripción objetiva de un hecho que, por la arbitraria naturaleza de los fenómenos atmosféricos, sucedió esa noche y no otra.
Hoy me he despertado con un mensaje de texto y muchas más preguntas. Ninguna respuesta. De momento.

lunes, 12 de abril de 2010

Noche de fútbol

El sábado por la noche hubo partido de fútbol, lo que significa que medio país se paralizó, mientras la otra mitad se preguntó qué demonios estaba pasando. Yo soy de los segundos, pero no teniendo otra cosa más interesante o entretenida que hacer, decidí analizar el fenómeno. Me encanta detenerme a observar el comportamiento de la gente en determinadas situaciones, es como visitar un safari sin necesidad de permanecer dentro del coche para evitar ser atacado por un animal salvaje. No siempre, al menos.
Empecé a ver el partido en casa de mis padres, con mi hermano a mi lado. La mirada fija en el campo, nada digno de interés a derecha o izquierda. Una jugada desafortunada por parte de su equipo significaba un visceral alarido que hacía temblar la bandeja de embutidos que se había preparado para cenar delante del televisor. La posible victoria significaba para él mucho más de lo que yo soy capaz de comprender. Las únicas palabras que intercambiaba fuera de su diálogo unilateral con las figuras de su particular tablero de ajedrez, eran rigurosos análisis sobre el proceder de los jugadores, bastante cabales según mis limitados conocimientos sobre la materia, dignos de ser escuchados por el entrenador, que parecía dar instrucciones a individuos en lugar de a un equipo.
El ambiente en casa de Sabela era bien distinto. Cuando llegué, a tiempo de ver la segunda parte, las chicas estaban sentadas a la mesa cenando una saludable ensalada Cuatro Estaciones -con muchos más ingredientes de los que ya venían en la bolsa-, con el partido puesto en la tele a modo de entretenimiento para curarse la resaca producida por la juerga de la noche anterior, más que por un verdadero interés por cuál de los dos grandes rivales del fútbol español se alzaría con la victoria.
El seleccionador del que decidimos que sería nuestro equipo nos llamaba la atención por su atractivo, no por su habilidad para conducir a sus jugadores, y Guti se convirtió en el bufón de la corte por distintas razones, desde su desafortunado corte de pelo -mechas, sólo digo eso- hasta lo paleta que es su odiosa ex mujer. Pero como no todo es frivolidad, Mara dio la nota de seriedad que faltaba poniéndose a la altura de cualquier aficionado con su aportación a la conversación, poniéndonos al día en la alineación y estrategia de juego de ambos equipos, sobre todo a mí, que soy un ignorante en materia deportiva.
Esta doble velada me ha ayudado a comprender dos cosas: no todas las mujeres son indiferentes al fútbol, así como no todos los hombres sufrimos por él. De hecho, muchos hombres, entre los que me incluyo, sufrimos más por los jugadores que por el juego. Y no me refiero al fútbol necesariamente.