jueves, 24 de noviembre de 2011

Bebedores habituales

Yo creo que la gente que nunca bebe oculta algo, sentenció Laura sembrando la sombra de una duda en todos nosotros, sensación que no tardó en disiparse dando lugar a la seguridad de haber escuchado una verdad en potencia.

En una esquina del local, desde donde se podía apreciar una panorámica reveladora del ambiente que nos rodeaba, un grupo de dispares caracteres estábamos reunidos. Un gin tonic, tres cervezas, un ron con cola y dos mojitos.

Elevando la voz por encima de nuestras cabezas nos interrumpíamos los unos a los otros con vehemencia y desconsideración; en lugar de signos de puntuación, terminábamos las frases con tragos más o menos largos, según la necesidad de lubricar la garganta o añadir combustible al calor de nuestros argumentos.

En algún momento entre las tres primeras cervezas y la segunda copa desvié mi atención hacia la mesa de al lado, donde estaban sentadas dos chicas de aspecto tan uniforme como su conversación y las bebidas que la acompañaban: dos tónicas sin hielo. Las intervenciones de cada una eran escuchadas con aparente interés, respetando los tiempos con armoniosa complicidad. "Yo creo que...", "Pero estarás de acuerdo conmigo...", "Perdona por haberte interrumpido...".

Empecé a imaginar el cambio (o distorsión) que se obraría en ellas en caso de que empezasen a beber algo más fuerte. Después de todo, aquella estampa no era muy distinta de la que mis amigos y yo formábamos antes de que el camarero nos hubiera servido. Me pregunté si nosotros, como aquel ejemplo de corrección -cuya única amargura se encontraba en el sabor de sus bebidas-, nos pasaríamos la vida ocultando nuestra verdadera cara tras una apariencia de serenidad que solo éramos capaces de descubrir con la ayuda del alcohol, al igual que aquel compuesto químico que liberaba al monstruoso Mr. Hyde de la cárcel victoriana que era la personalidad del Dr. Jekyll.

¿Quién es más auténtico? ¿El sobrio contenido o el bebedor desinhibido?

martes, 15 de noviembre de 2011

La importancia de llamarse Paloma

Antes de saber que yo sería un niño mis padres escogieron el nombre que me habrían puesto en caso de nacer niña. Paloma. Esta mañana, en un taimado esfuerzo por desviar mi atención de los libros de texto, me dio por imaginar la hipotética vida de esa chica que no fue, sustituida a la razón de una naturaleza caprichosa por el proyecto de hombre que soy yo.

Paloma habría sido un bebé adorable, de esos que detienen admiradores y reciben sus cumplidos con graciosa indiferencia. Abrumada por tantas atenciones, habría pasado por la primera infancia en una prudente discreción, buscando en los juegos solitarios la paz de la que fuera privada tras su debut en el mundo. Se habría convertido en una niña de mente inquieta, confusa en un cuerpo desgarbado que daría lugar a una joven de belleza tan sutil como caleidoscópica sería su personalidad.

Superada su fase de individualismo habría avanzado con decisión a una independencia que la definiría el resto de su vida. Al contrario que su homólogo varón, ella habría atravesado las turbulencias de la pubertad sin necesidad de cinturón de seguridad, superándolas además mucho más rápido y con menos secuelas, pues ellas son el sexo fuerte, de eso no hay duda. Asímismo, afrontaría su dispar sexualidad como cualquier otro reto: de frente y sin ambages.

Llegaría a ser una veinteañera resuelta y carismática, consciente de sí misma en sus pros y sus contras, decidida a explotar en su propio beneficio cada uno de ellos. Paloma, a sus prometedores veinticinco, sería una chica realmente feliz; satisfecha, en cualquier caso. Ella sería muchas cosas que yo no soy, que me gustaría ser. De muchas otras, que a mí me definen, carecería por completo. Me gusta pensar en ella como alguien real, en quien verme reflejado, a la que imitar; un punto de referencia, y de apoyo. Un Álvaro en potencia. Yo habría podido ser ella, de no haber sido porque he terminado siendo yo. Lo que no significa que no exista. Paloma está, sin estar, en mi imaginación, imprimiendo carácter a quien la naturaleza quiso que fuera, un chico que piensa en su yo hipotético cuando debería experimentar su yo real.

Paloma me mira con esos ojos hundidos en energía y me dice: "No me imagines porque ya existo. Soy tú, tonto."

martes, 8 de noviembre de 2011

Opciones para el soltero de hoy

Opción nº1: recibes/envías una solicitud de amistad a través de una red social de las muchas que hoy en día están a nuestra disposición. La aceptas/te aceptan. Tiene lugar un concienzudo trabajo de espionaje. Recíproco. Álbumes de fotos, amigos en común; gustos y disgustos, ambos relacionados con lo encontrado en los dos grupos anteriores. Uno de los dos da el primer paso y tiene lugar la primera conversación, si es que a chatear se le puede llamar así. Démosle esa consideración. Supera/superas el periodo de prueba y empezáis a salir físicamente. Os dais la oportunidad de conoceros en el mundo real, no el que Internet nos ayuda a crear, donde hay tiempo suficiente para pensar respuestas ingeniosas y la música en orden aleatorio llena los silencios incómodos. La cosa -eso que se nos ha dado por llamar feeling- funciona y, poco a poco, de forma totalmente inesperada, el atrevimiento de ponerse en contacto con un completo desconocido a través de una realidad virtual da lugar a una relación de verdad.

Opción nº2: sales de fiesta con tus amigos. Ligas. Tienes suerte: juegas bien tus cartas y vuelves a casa acompañado. Aunque la resaca impida que te des cuenta de ello en un primer momento, la suerte no se ha largado a hurtadillas por la mañana, porque la química existente entre tu lío de una noche y tú se ha dilatado hasta entonces, el tiempo suficiente para que a ambos os queden ganas de volver a veros de nuevo "a ver qué pasa". Y lo que pasa es una relación de pareja, incluso puede que sana.

Estas, salvo excepciones elevadas a la categoría de leyenda urbana (que alguien se fije en ti mientras te tomas un café/buscas un libro en la biblioteca/esperas a alguien que llega tarde y te ofrezca su número de teléfono) son las únicas opciones que el siglo XXI nos ofrece a la hora de encontrar pareja. Aceptémoslo y sigamos adelante. Es lo mejor.