Desde entonces no he dejado de pensar en lo lejos que estamos de alcanzar ese balance que la autora y protagonista de “Come, reza, ama” consiguió cuando pensaba que nunca llegaría a conocerse a sí misma que, a mi juicio, es la única manera de llegar a ser plena y auténticamente feliz. Después de todo, mientras no sepas lo que eres y, por tanto, lo que quieres, nada te va a hacer feliz durante demasiado tiempo. Estoy hablando de la insatisfacción crónica, esa enfermedad que mata más vidas que el cáncer, aunque carece de síntomas físicos y sólo afecta a la salud mental, por lo que resulta totalmente compatible con la vida. Conozco ancianos que llevan padeciéndola años y años sin saberlo siquiera.
Hoy día una aventura semejante parece impracticable. En primer lugar, la gente ya disfruta con la comida y, sobre todo, con la bebida. Demasiado, en realidad. La cultura del alcohol, particularmente en España, habla por sí sola. Bebemos para celebrar, bebemos para llorar; vino en las comidas de trabajo, cerveza en las cenas entre amigos. Siempre en exceso.
En lo que a espiritualidad se refiere, la falta de ésta es la gran ausente de nuestras vidas, y no hablo de religión organizada, sino de un sentimiento tan personal y profundo como la fe en algo –lo que sea- que no tenga que ver con los cinco sentidos. Estamos demasiado cansados para profundizar en los grandes misterios de la vida. En verdad, lo más cerca que estamos de creer en lo increíble es cuando dormimos. El mundo de los sueños, nuestro actual Paraíso –que hace las veces de Infierno-, es lo máximo que llegamos a alejarnos de la realidad. Ni siquiera somos capaces de tener fe en nosotros mismos –la gente se preocupa más de actualizar su perfil de Facebook que la personalidad misma-, no es de extrañar que tampoco tengamos fe en ideas más elevadas.
El amor. Ha llegado a distorsionarse tanto que ya nadie sabe qué es o cómo se siente al tenerlo cerca. Al verdadero, no a las muchas y muy variadas copias que nuestra sociedad ha creado en serie de algo que antes era único e incuestionable. Lo seguimos necesitando tanto como antes, eso no ha cambiado ni lo hará nunca, y lo buscamos con tanta desesperación que acabamos conformándonos con sus formas más pobres e ingratas, como las relaciones que se perpetúan por el simple hecho de tener compañía o tener sexo demasiado pronto por miedo a dejar escapar algo que podría ser especial.
Visto lo visto, nuestra vida se acerca más a algo así como “Bebe, duerme, folla”.
No es que no disfrute de ninguna de las tres. Me gusta probar todo tipo de bebidas y no me preocupa excederme mientras mi cuerpo lo aguante, sufro cada vez que tengo que madrugar y considero el sexo como otro de los grandes placeres de la vida.
Pero quiero pensar que hay algo más. De hecho, así lo creo.
Tengo fe en ello.