miércoles, 11 de enero de 2012

Cuestión de tiempo

Tres meses, doce semanas, ochenta y cuatro días aproximadamente. Para mí han supuesto toda una experiencia vital. En ese tiempo me he sacudido las últimas gotas de un -emocionalmente- tormentoso verano, me he hundido en el gélido oceano de mi infierno particular y he empezado a subir a la superficie, que cada día parece más próxima. Estos tres meses han sido toda una época para mí; para otros, estrellas menos conscientes de los satélites que giran a su alrededor, han pasado con la misma ligereza que un fin de semana largo o unas vacaciones cortas.

El mismo espacio de tiempo puede pasar para unos con la misma lentitud e inestabilidad de un viaje trasatlántico, tedioso en extremo o excitante hasta el delirio; mientras tanto, es posible que para otros transcurra al frenético ritmo del caudal de un río, hasta que este es interrumpido de forma brusca por la aparición de un tronco que frena la corriente, lo que en una analogía humana sería el indeseado inicio del horario laboral o un acontecimiento inesperado que rompe contra la rutina. Estos últimos tienden a pensar que el resto de personas han percibido el paso del tiempo del mismo modo que ellos, y no les preocupa irrumpir en las vidas de los otros -incluso aquellos a los que han dejado atrás con total indiferencia- sin tan siquiera plantearse que estos no se encuentran en su misma situación, que su vida ha seguido un curso diferente o se ha pausado indefinidamente -y en ambos casos ya no esperan lo que antes esperaban de ellos-, y una reaparición no solo es inoportuna; además, hasta cierto punto, resulta indeseada por arrogante y falta de tacto.

El tiempo es una variable que, como los pequeños acontecimientos del día a día, es percibida de formas tan diversas como personas hay en el mundo. Lo importante no es seguir el ritmo de los demás, así como tampoco esperar que los demás vayan a seguir tu ritmo. Lo importante, y lo que diferencia a los considerados de los egoístas, es saber cuándo es oportuna la presencia de uno, y cuando no es más que un estorbo a destiempo.

Como se suele decir, el momento lo es todo, y cuando este se pasa no queda absolutamente nada.

9 comentarios:

Yagoloro dijo...

La importancia del momento... Tanto de su duración, como de su intensidad, como de su irrupción y abandono...
Eres un poeta, que lo sepas, :)

Diego dijo...

Aquello de Carpe Diem abraza los instantes y los hace necesarios y cómplices de nuestro tiempo.

Su medida, como muy bien dices, es nuestra, una capacidad subjetiva de apreciar la vida y ajustarla a la necesidad de valorar nuestro memorable, a veces, tiempo pasado/futuro.

Muy buena entrada, caballero.

deWitt dijo...

Lo que cuentas: "una mala racha que había que pasar". Pero cómo lo cuentas: fantástico. Me ha gustado mucho como está escrito. Enhorabuena!!

Mandarina dijo...

Generalmente a la gente que le importas mucho no le molesta reaceptarte, pero es difícil cuando por una mala racha te desconectas y luego tienes que 'volver'...no se me ocurre mucho más que decir :)

Nacho López Murria dijo...

Que el tiempo juegue a nuestra favor

No.me.pises.que.llevo.chanclas. dijo...

El tiempo no espera por nadie!!! Así q aprovecha!!!!!

Iréz dijo...

El momento lo es todo, y sin el momento no somos nadie.

Estoy totalmente de acuerdo contigo.

Los malos momentos pasan, pero siguen siendo momentos de mierda. Yo sigo recuperandome de uno de ellos...espero que por lo que cuentas, tú ya estés recuperado ;)

-Big.Small.Big.Small- dijo...

Me ha gustado esta entrada eh? :D Vaya que sí, los momentos hay que aprovecharlos, sin duda..

David del Bass dijo...

Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!