En un libro podemos encontrar todo tipo de cosas, tantas como libros escritos, y muchas más. En un libro hay divinas palabras, impresiones y paisajes, correspondencia entre actos. Podemos encontrar nocturnos hermosos y malditos, el ruido y la furia de la tempestad; hay libros de los que emanan sentido y sensibilidad, otros están henchidos de orgullo y prejuicio.
Hay libros que albergan grandes esperanzas en tiempos difíciles; también los hay que exploran crimen y castigo a sangre fría; guerra y paz, los restos del día en esta tierra, el país de las últimas cosas. Sus historias nos han ayudado a enfrentarnos a los demonios de cien años de soledad, de siete noches, de once minutos.
Algún libro nos ha ofrecido el retrato de una dama, mientras que algún otro ha explorado las memorias dun neno labrego.
Los libros cuentan historias de amor, curiosidad, prozac y dudas; relatos de la edad de la inocencia, y la educación sentimental de los miserables.
Un libro es un atlas de geografía humana, un milagro en equilibrio, el sueño de una noche de verano, la vuelta al mundo en ochenta días. Un libro puede ser una tragedia en tres actos, aunque también puede ser casi un cuento de hadas.
Últimamente se dice que un libro es la crónica de una muerte anunciada, pero yo digo que es la noche eterna, el plan infinito, la suma de los días.
Los libros arden mal, porque no deberían arder. Deberían ser la historia interminable.