miércoles, 4 de abril de 2007

La joven Sacerdotisa



Había una vez una Suma Sacerdotisa de la Diosa. Ella todavía era joven cuando se convitió en superiora, pero su predecesora había muerto demasiado pronto y la orden se había visto forzada a bendecir a la elegida prematuramente, a pesar de sus reservas iniciales.
Desde que sus padres la habían enviado a aquella orden que ahora era su hogar esperando educarla en aquel culto tan antiguo como respetado, la joven siempre había soñado con convertirse en una sabia y querida superiora de la orden, un sueño que no tardaría en hacerse realidad.
Las otras sacerdotisas, ahora sus pupilas y protegidas, le pedían ayuda o consejo, y la joven líder no tardó en comenzar a comprender que había una ocasión para todo y, posiblemente, aquel no era el momento para que ella fuese una líder espiritual.
El primer año había pasado mucho más rápido de lo que habría podido imaginar y, sin advertir el cambio, se dio cuenta de que durante el transcurso de los días y las nuevas experiencias vividas, ella se había transformado en una adoradora de la Diosa realmente avanzada. Sus compañeras la respetaban y habían dejado de verla como la muchacha inocente y falta de experiencia que había sido una vez. Todas la veían como la mujer que había nacido en ella. Después de todo se sentían orgullosas de su nueva Suma Sacerdotisa.
Un día, cuando la superiora envejeció y consiguió aceptar su entrada en la fase de Anciana, escogió a una jovencita como su futura sucesora. La muchacha, tan sorprendida como asustada, confesó sus sentimientos a su maestra, y ésta, mostrando una dulce sonrisa en su veterano rostro, le respondió diciendo:
-Querida mía, no importa lo joven o inexperta que seas. En lo que concierne a tu sino, lo superarás. Y serás una magnífica hija de la Diosa, porque éste y no otro es tu destino.
Entonces, la nueva sacerdotisa dejó sola a su matriarca y continuó caminando sabiendo que sus miedos se esfumarían, que se convertiría en la buena Suma Sacerdotisa que debía ser. Porque todos tenemos un destino escrito y lo único que cambia es el camino que elegimos recorrer para alcanzarlo.

1 comentario:

Marta Uma Blanco dijo...

¿Todos tenemos un destino escrito, Álvaro?

Bonito tu relato. Amplíalo. Ponle nombre a tu sacerdotisa. Haz que atraviese un mar de dudas.
Besos