Es un hecho probado que todos queremos lo que no tenemos. El pobre quiere ser rico; el guapo, feo. La lista de “quiero y no puedo” es interminable.
De la misma manera era de esperar que, del mismo modo que un anciano sueña con revivir sus años mozos, aquellos que acaban de entrar en la inestable etapa de la pubertad deseen emular a los que ya la han abandonado para convertirse en veinteañeros.
Una conversación con mis amigas Paula y Sabela me hizo pensar en dicho fenómeno como “el síndrome invertido de Peter Pan”. Si antes evitábamos pensar en ser mayores para poder seguir jugando como los niños que éramos y queríamos seguir siendo, ahora la adolescencia se ha convertido en un obstáculo fácil de esquivar entre la infancia y la época adulta.
Paula y Sabela, de veintitrés años, tienen hermanas cuya edad real sería difícil de adivinar si nos fijásemos en su aspecto externo y su forma de comportarse. De un año para otro empezaron a comprar su ropa en las mismas tiendas que sus hermanas mayores –eso cuando no la tomaban prestada directamente de sus armarios- y en sus conversaciones se introdujeron temas que asusta escucharlos en boca de unas niñas, que es lo que realmente siguen siendo.
“Hasta los diecisiete nuestra idea de ir arregladas era una camiseta básica de tiras y unos vaqueros” dijo Paula, claramente sorprendida por el hecho de que su hermana de catorce años vistiera como cualquiera de sus amigas de veintitantos. Para aquella mujercita el maquillaje era indispensable si quería salir de casa y los zapatos de tacón formaban parte de su atuendo diario tanto como una ropa interior provocativa.
Todavía más preocupada se sentía Sabela después de haber escuchado una perturbadora charla entre su hermana de dieciséis años y dos de sus compañeras de clase. Durante casi una hora lo único de lo que las tres amigas hablaron fue sobre sexo y, para colmo, con la misma despreocupación de alguien acostumbrado a ello. Es decir, como cualquiera de mis amigos y yo mismo.
“¡Mi hermana dijo que la mayoría de sus compañeras de colegio ya se la habían chupado a algún chico!” la revelación de Sabela sonó como un trueno entre los presentes.
Si con catorce años ya habían practicado felaciones y a los dieciséis el sexo dejaba de ser un fascinante misterio, ¿qué les quedaría por hacer con veinticinco años?
La mayoría de la gente que conozco ha perdido su virginidad en torno a los diecisiete y dieciocho años, si no más tarde. Hasta entonces el sexo había supuesto un tema que nos obsesionaba. Si lo practicabas te preocupaba contraer alguna enfermedad o provocar un embarazo y, cuando no lo hacías, lo único en lo que podías pensar era en el momento de hacerlo.
A los adolescentes de ahora no les da tiempo a sentir esa natural inquietud frente al sexo, su práctica y las consecuencias que acarrea, ya que siempre lo prueban antes de empezar a obsesionarse como me sucedió a mí en su momento.
Más tarde, en la tranquilidad de mi habitación, analicé este nuevo comportamiento de los más jóvenes en busca de un posible origen. Para empezar, no había duda de que era un fenómeno novedoso, propio de los últimos cinco años como mucho. Cuando yo tenía catorce años seguía jugando con mis juguetes de siempre y los botellones que organizaban los estudiantes de cursos más avanzados no llamaban mi atención en absoluto.
Sólo se me ocurrió una razón para entender lo que estaba sucediendo.
Si para la tercera edad es la naturaleza la que se encarga de impedir el retroceso a la juventud, los padres son o deberían ser quienes debieran poner freno al empeño de sus hijos en vivir una etapa de la vida que aún no les correspondía.
Nadie podría negar que la permisividad de un padre o una madre con sus hijos haya aumentado con el paso del tiempo. Cuando la obligación de establecer normas con el fin de educar es sustituida por el miedo a traumatizar o hacer de un hijo una persona infeliz, lo que sucede es que el status quo cambia. El hijo se da cuenta de la debilidad del padre y no duda en sacar partido, convirtiendo toda negativa en un sinónimo de “tal vez”. Antes “no” significaba “no”. Actualmente “no” quiere decir “no tardarás en convencerme”.
Como resultado tenemos una generación donde la ambigüedad sexual, que ha dejado de ser un problema, da paso a la ambigüedad de edad. Los yogurines pasan por jóvenes adultos, complicando el empeño de muchos en respetar el límite de edad que han establecido para no relacionarse afectiva o sexualmente con personas que salgan de dicho límite. Ligar por la noche se ha convertido en una ruleta rusa donde el desafortunado que recibe la bala es aquel que se despierta al día siguiente compartiendo su cama con un menor de edad escondido en un cuerpo y maneras de adulto.
Mientras escribo en mi portátil me asomo a la ventana de mi habitación y veo pasar a un chico y una chica, ambos con aspecto de tener la misma edad que yo. No tardo en dudar. El chico apenas tiene barba y la chica no luce demasiado pecho. Entonces, ¿qué es lo que les hace parecer mayores? ¿Su actitud, la ropa que llevan? ¿Qué hay en ellos que pueda asegurarme que no siguen en el instituto?
La respuesta es sencilla. Nada en absoluto.
2 comentarios:
Fijate que cuando tenia 17 años me vestia y maquillaba como toda una mujer, utilizaba lenceria Victoria Secret sin tener un novio y adoraba que pensaran que tenia mayoria de edad, hoy tengo 27 años y lo que menos utilizo es maquillaje para evitar las arrugas, utilizo ropa comoda y mi lenceria que era bastante sexy y ajustada ahora la cambie por algo que no deja de ser femenina, pero no se mete en la nalga ni me deja marca.
Etapas que no dejas de ser eso etapas, lo importante aqui es que no las saltes, de niña la pase lindo, i la de adolescencia fue genial, hoy adulta admito que algunas cosas no debia de haberme saltado y esperar un poco mas, ya estoy casada y aun no tengo hijos, no me imagino el dia en que mi hija llegue con rubor a los 15 años.
camila
hey,,llegué a tu blog buscando algo sobre peter pan y Nunca Jamás
pero me quedé leyendo esto,la verdad es asi,las nenas de hoy ya no son nenas,o son nenas jugando a ser grandes mujeres,perdiedosé de tantas cosas,
un abrazo
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