lunes, 14 de febrero de 2011

Algo sombrío

Me desperté bañado en sudor. El pelo húmedo, la garganta seca. Aparté las mantas y, con los ojos entrecerrados, me incorporé. Estaba mareado, angustiado por un problema todavía desconocido. Pero no por desconocido era menor un problema. Atravesé el estrecho pasillo con la intención de ir al cuarto de baño, pero un intenso olor a alcohol me enganchó las fosas nasales con la fiereza de un garfio, arrastrándome hacia el salón. Un salón vacío, solo ocupado por tres sombras con formas humanas, tres chicos de mi edad; cada uno sostenía una copa de cóctel, y la llenaban una y otra vez de un licor compuesto de todos los licores, que rebosaba de una ponchera enorme en torno a la que bailaban desaforadamente, sin preocuparse de resbalar con el charco que cubría el suelo bajo sus pies. Por todas partes había botellas, alguna rota, todas vacías. Los tres estaban semidesnudos: todo su atuendo era una sudadera negra que llevaban desabrochada, y aquello me pareció incluso más extraño que el hecho mismo de que hubiera tres desconocidos emborrachándose en el salón de mi piso. Pero no eran desconocidos, al menos dos de ellos. De algún lugar indeterminado llegó la suficiente luz para descubrir la identidad de mis dos mejores amigos.
El que permanecía en el anonimato se atragantó al tomar un trago, quemando su garganta ya ronca de tanto reír a carcajadas. Alberto y Eloy le acompañaron. Lo que a ellos hacía tanta gracia, a mí me ponía los pelos de punta. Era un espectáculo grotesco.
Parecieron notar mi presencia, porque detuvieron el baile y las risas. Las sombras que los seguían, aunque se demoraron unos segundos más, pararon con ellos.
El tercer personaje, que me daba la espalda, miró alternativamente a sus dos compañeros y, mientras estos parecían relamirse con el veneno de sus intenciones, anunció:
-En mis dedos un escalofrío... Se aproxima algo sombrío.
Empezó a girarse, pero no llegué a encontrarme con su mirada, porque al segundo estaba despierto. De nuevo bañado en sudor y mareado, pero esta vez de verdad. Me había quedado dormido en el sofá mientras veía una versión de Macbeth ambientada en tiempos modernos, con mafiosos y pistolas sustituyendo a caballeros y espadas. Lo que funcionó una vez..., debió pensar el director de la película.
Me incorporé. A medida que me recuperaba del mal sueño, se hizo más evidente la vibración de mi teléfono móvil, que llevaba un rato intentando llamar mi atención. Era Alberto, con una pregunta que hacerme:
¿Salimos esta noche?