Que alguien sea tu ex significa que, en algún momento, fue algo más, y eso le da un poder especial, incluso si no fue él quien tomó la decisión de romper.
La noche que vi a mi ex por primera vez tras la separación empezó con normalidad, con la única particularidad de que era el cumpleaños de Paula, y organizamos una churrascada para celebrarlo. Tarta, velas, regalos. Regalo, en realidad, pero es que somos un grupo repartido entre los últimos años de carrera y los primeros de trabajo, ambos casos económicamente críticos. Después de la cena salimos de fiesta. Yo estaba cansado, últimamente siempre lo estoy. Tal vez sea por la interminable lista de cosas que hacer para clase, o puede que simplemente me haya acostumbrado a sentirme así y ya no me esfuerce en cambiarlo. Participé en la animada conversación, me reí y sonreí. Todos lo hacían, la diferencia es que yo lo hacía sin la felicidad lubricada por el alcohol. Al contrario que mis amigas, yo quería irme a casa y dormir. Dormirme yo, no dormir la mona.
Me tomé una Coronita, por aquello de adquirir el complemento que me faltaba para no desentonar como cliente transitorio de un bar de copas, y seguí adelante con la noche, luchando contra mi propia apatía.
Cambiamos de local y, nada más zambullirme en la nueva marea de personas, humo de tabaco y música, una cara familiar me llamó por el rabillo del ojo, conduciendo mi mirada hacia un primer plano inconfundible. Enseguida sentí un mareo similar al del chico que bebía su séptima copa a mi lado.
Él no me vio, no lo creo. No lo sé. Tampoco sé qué me pasó por la cabeza exactamente, porque fueron muchas cosas que se solapaban entre ellas haciendo imposible su codificación. La última vez que hablamos, la primera que me sonrió, la segunda que dormimos juntos, la octava que nos besamos. Por qué decidí que no quería continuar. Por qué no insistió. Quién tenía razón. Qué fue un error. Soy un idiota. Deja de darle vueltas a la cabeza. Compórtate como el adulto que tu DNI dice que eres.
De pronto, el cansancio desapareció para dar paso a una suerte de ansiedad, telonera en un concierto de emociones.
Casi un año sin ver a una persona -ni me permito cotillear su perfil de Facebook-.
"Sta nche t vi y, no se pq, pro m puse nervioso." Me arrepentí en el mismo momento de pulsar la tecla de enviar. Es lo que tiene actuar por impulsos.
La calle de mi casa estaba difuminada por una neblina, y esto no es una empalagosa metáfora de mi situación personal, sino la descripción objetiva de un hecho que, por la arbitraria naturaleza de los fenómenos atmosféricos, sucedió esa noche y no otra.
Hoy me he despertado con un mensaje de texto y muchas más preguntas. Ninguna respuesta. De momento.
La noche que vi a mi ex por primera vez tras la separación empezó con normalidad, con la única particularidad de que era el cumpleaños de Paula, y organizamos una churrascada para celebrarlo. Tarta, velas, regalos. Regalo, en realidad, pero es que somos un grupo repartido entre los últimos años de carrera y los primeros de trabajo, ambos casos económicamente críticos. Después de la cena salimos de fiesta. Yo estaba cansado, últimamente siempre lo estoy. Tal vez sea por la interminable lista de cosas que hacer para clase, o puede que simplemente me haya acostumbrado a sentirme así y ya no me esfuerce en cambiarlo. Participé en la animada conversación, me reí y sonreí. Todos lo hacían, la diferencia es que yo lo hacía sin la felicidad lubricada por el alcohol. Al contrario que mis amigas, yo quería irme a casa y dormir. Dormirme yo, no dormir la mona.
Me tomé una Coronita, por aquello de adquirir el complemento que me faltaba para no desentonar como cliente transitorio de un bar de copas, y seguí adelante con la noche, luchando contra mi propia apatía.
Cambiamos de local y, nada más zambullirme en la nueva marea de personas, humo de tabaco y música, una cara familiar me llamó por el rabillo del ojo, conduciendo mi mirada hacia un primer plano inconfundible. Enseguida sentí un mareo similar al del chico que bebía su séptima copa a mi lado.
Él no me vio, no lo creo. No lo sé. Tampoco sé qué me pasó por la cabeza exactamente, porque fueron muchas cosas que se solapaban entre ellas haciendo imposible su codificación. La última vez que hablamos, la primera que me sonrió, la segunda que dormimos juntos, la octava que nos besamos. Por qué decidí que no quería continuar. Por qué no insistió. Quién tenía razón. Qué fue un error. Soy un idiota. Deja de darle vueltas a la cabeza. Compórtate como el adulto que tu DNI dice que eres.
De pronto, el cansancio desapareció para dar paso a una suerte de ansiedad, telonera en un concierto de emociones.
Casi un año sin ver a una persona -ni me permito cotillear su perfil de Facebook-.
"Sta nche t vi y, no se pq, pro m puse nervioso." Me arrepentí en el mismo momento de pulsar la tecla de enviar. Es lo que tiene actuar por impulsos.
La calle de mi casa estaba difuminada por una neblina, y esto no es una empalagosa metáfora de mi situación personal, sino la descripción objetiva de un hecho que, por la arbitraria naturaleza de los fenómenos atmosféricos, sucedió esa noche y no otra.
Hoy me he despertado con un mensaje de texto y muchas más preguntas. Ninguna respuesta. De momento.