Existe el topicazo de que los jóvenes sólo sabemos divertirnos bebiendo, fumando y saliendo hasta las tantas, pero lo cierto es que entre el frenético ritmo de clases y la cantidad de obligaciones diarias que en realidad tenemos, hay días donde lo único que nos apetece es quedarnos en casa a ver alguna película en compañía de un par de amigos lo suficientemente cercanos como para no incomodarse con el silencio.
Sin embargo, a veces sucede lo inesperado y quienes deseábamos un poco de tranquilidad delante del televisor, nos pasamos la noche hablando de todo y de nada, ignorando la película que habíamos alquilado.
Eloy, Alberto y yo lo sabemos muy bien. Cuando pensábamos que pasaríamos una noche en casa como otra cualquiera viendo alguna peli más asquerosa que terrorífica, nos descubrimos hablando de nuestras aspiraciones, sueños y proyectos para el futuro con una naturalidad que sólo se consigue cuando no se busca.
Preguntándonos qué nos depararía el futuro, cada uno expresó su particular visión de cómo imaginaba su propio porvenir, un interrogante que todos nos hacemos en algún momento. Es inevitable querer saber en qué punto estaremos dentro de diez o quince años, sobre todo cuando estamos empezando a construir nuestra vida como adultos; y una parte fundamental de dicha curiosidad es la tendencia a imaginar esa versión de nosotros mismos que está por llegar. ¿En qué consistirá mi trabajo? ¿Estaré casado? ¿Veré cumplidos mis sueños?
En mi caso, mi vida dentro de diez años la imagino delante de un ordenador, escribiendo mi próximo artículo igual que ahora, con la diferencia de que entonces estaré ganándome la vida con ello. Es posible que más adelante logre publicar una novela y alcance mi máxima aspiración, que consiste en verme a mí mismo como un escritor de éxito reconocido por público y crítica.
Si la mía es la palabra escrita, la pasión de Alberto es el baile. Mi amigo santiagués se siente pleno cuando su cuerpo se mueve al ritmo de la música, una sensación que se puede ver reflejada en su mirada si uno se fija lo suficiente. Falto de delirios de grandeza, Alberto no busca la fama a nivel mundial ni las ovaciones públicas. Lo que él quiere no es más que el simple hecho de poder vivir de la danza, ya sea como maestro en una escuela o como miembro de una compañía.
El sueño de Eloy se construye a partir de los cimientos de un hotel, el negocio que le gustaría dirigir en un futuro. Como síntoma de su espíritu emprendedor, mi compañero de piso está estudiando medicina con el fin de conseguir el dinero suficiente para invertir en este proyecto a largo plazo que consigue distraerle durante horas y horas, tiempo que ocupa imaginando los pequeños detalles que harán de su hotel un acogedor refugio para sus huéspedes.
Todos tenemos nuestro propio sueño y, unos más que otros, hacemos lo posible por verlo hecho realidad algún día. Para ello estudiamos una carrera, trabajamos y aprovechamos las oportunidades que se nos ofrecen. Esto nos empuja hacia delante, motivándonos y dándonos una razón para vivir. Pero, ¿qué sucede cuando dedicamos más tiempo a soñar que a lograr el sueño en cuestión? ¿Por qué resulta más gratificante fantasear que vivir las fantasías?
Es evidente que la realidad nos sobreviene libre de los aderezos que nuestra fértil imaginación proporciona durante nuestros sueños, pero en éstos no existe el tacto real de nuestro amante, así como tampoco podemos disfrutar de la gratificante sensación que proporciona un éxito profesional. Así que es fácil suponer que tendríamos que decantarnos por la realidad, pero nada más lejos. Cuántas veces nos habremos quedado en cama media hora más, imaginándonos llenos de éxito a todos los niveles, cuando podríamos habernos levantado para dar el primer paso hacia el éxito real.
Tal vez ahí resida la trampa, la comodidad que proporciona el suave manto con que nos cubre nuestra propia imaginación, únicamente existente en nuestra cabeza donde, por supuesto, no existe el fracaso. Porque es esa y no otra la razón última de nuestra zozobra a la hora de aventurarnos a alcanzar las metas que nosotros mismos nos proponemos: el miedo al fracaso.
Sobreponerse a ese miedo es el mayor sueño de muchos, en realidad. Pero, como ya sabemos, los sueños, sueños son. Esto es así, desde luego, hasta que hacemos algo por verlos hechos realidad.
2 comentarios:
A mi me han encantado tus crónicas, tienen un rollito periodístico muy chulo, y los relatos como el de Miss Elliot son geniales...=)
Siempre me ha encantado tu forma de escribir.
Una amiga del pasado ;)
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