Era
de noche y el lugar donde me encontraba -la entrada de mi facultad- apenas estaba iluminado. La luz de las farolas en la calle entraba por las ventanas
de la fachada, haciendo parcialmente visibles las escaleras de piedra.
-Parece
que nunca saldremos de aquí. -La voz de Ester me sobresaltó a pesar
de su dulce cadencia. Me miraba de frente, nostálgica, no por el
recuerdo una época añorada, sino por la ensoñación de un futuro
que no parecía llegar.
Dejé
atrás a mi compañera de piso, internándome en el claustro que
rodea al patio central, donde la hierba parecía más espesa que al
sol de la mañana y las ramas de los árboles arremetían contra
cristales y paredes a causa del viento. Las aulas estaban cerradas,
así que solo podía caminar hacia delante. Habiendo avanzado unos
pasos, iluminada por el claro de luna, me encontré con la
indolente figura de Alberto, apoyado sobre una columna en una esquina
con la mirada fija en mí.
-No
tengas tanta prisa por graduarte -me dijo, dándome la sensación de
que hablaba la voz de la experiencia, una experiencia triste y
decepcionante-. Allá afuera está tan oscuro como aquí.
Sin
más giró sobre su propio eje y se perdió al otro lado del
corredor. El eco de unos pasos y después nada.
No
iba preparado para el frío de un edificio antiguo y empecé a
temblar. Intenté encontrar calor en mi propio abrazo, pero fue
inútil; la pétrea temperatura del ambiente se me había metido en
los huesos. Seguí caminando hacia la salida trasera. Al pasar
delante del ascensor este se abrió, bañando el suelo a mis pies
con un amarillo artificial. No había nadie dentro. Impaciente, me
lancé sobre la puerta de salida y empecé a zarandearla. Echando un
vistazo a través del cristal comprobé que estaba encadenada desde
fuera, calentando la desesperación que llevaba tiempo fraguándose
en mi piel, a la que, hasta aquel momento, había podido moldear a
duras penas.
-Aquí,
al menos, estás a salvo de la gente. -Como empujado por la dueña de
aquellas palabras me di la vuelta, tragándome un grito ahogado
mientras descubría la esbeltez de Laura semioculta entre las
sombras, que se habían vuelto a apoderar del lugar al cerrarse la
puerta del ascensor-. Cada vez resulta más difícil fiarse de nadie.
Cuanto más quieres a alguien, más poder le otorgas para que te haga
daño.
A
la suya se unieron otras voces familiares, igualmente incisivas en
sus sentencias y descorazonadoras en sus razones. Laura ya no estaba
delante de mí, ni tampoco los demás, pero sus advertencias sí;
estas permanecieron, dispersándose a mi alrededor -por todas partes-
como la mortecina oscuridad que tan temible hacia la permanencia en
aquel lugar.
A
medida que corría un alarido se hizo paso en mi garganta, hasta que
una cristalera saltó por los aires empujada por una rama violenta,
sacándome fuera de aquel horrible sueño.
Ya
era de día cuando abrí los ojos. Un día como los demás. Ni mejor
ni peor.
7 comentarios:
Te envidio por soñar, aunque sólo sea una pesadilla y te envidio por recordar lo soñado. Yo hace mil años que no recorro mi mundo interior onírico y sinceramente, este en el que vivimos es una mierda.
Me encanta tu frase: "Cuanto más quieres a alguien, más poder le otorgas para que te haga daño". Es una gran verdad.
Un abrazo muy fuerte y feliz año nuevo. :)
Cada vez resulta más difícil fiarse de nadie. Cuanto más quieres a alguien, más poder le otorgas para que te haga daño.
Pum. Lapidaria.
P.
Por cierto, Felicísimo Año.
La frase de Laura me la repito mucho...pero no puedo evitar encariñarme con las personas cercanas, a pesar de haberme llevado terribles desengaños...sobre lo demás lo único que te puedo contar es que conozco a quien se quedó dormido en la biblio y cerraron con él dentro...le saltó la alarma y tuvo que salir realmente como cuentas :)
Me gustó.
Ten cuidado, que menudo miedo...así uno cómo va a querer estudiar una carrera.
Gracias por pasarte, espero haberte sorprendido gratamente :)
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