Supongo que no soy el único estudiante universitario que, en esta época del año, se siente agobiado, frustrado, inquieto, desanimado, suspicaz, cansado o desgastado pero, como yo sólo experimento mis propios sentimientos, es la única referencia que tengo.
Los profesores nos asedian con comentarios sobre el formato y modo de puntuación de los inminentes exámenes, los compañeros de clase están tan quemados como uno mismo, caminando como si nos hubiesen chupado la sangre antes de entrar en clase.
La ciudad, sea cual sea, está envuelta en un inquietante aura propia de una película sobre los asesinatos de White Chapel; parece como si de un momento a otro fuésemos a recibir la noticia de que uno de nuestros compañeros haya sido mutilado en un recóndito escondrijo de la facultad.
El aire nos sobrecoge con su gélido aliento cuando estamos desabrigados y, una vez nos hemos puesto la chaqueta, un sudor frío nos insta a deshacernos de las prendas más calurosas.
En mi caso, cuando decido volver al mundo que no está dentro de mi cabeza y compartir mi vida con personas que no han sido creadas por mi fértil imaginación, tengo la sensación de que cualquier ser humano a mi alrededor lo pasa mucho peor que yo durante estos inquietantes días de exámenes.
Supongo que tiene que ver con el hecho que lo poco que nos gusta a las personas jóvenes ser analizadas o juzgadas y, en definitiva, de eso se trata un examen.
De pronto los más elocuentes se quedan sin palabras y en el momento de la verdad los futuros eruditos no saben qué responder a las temidas preguntas.
Un consejo: no frustrarse hasta el punto de perder la respiración. El que nos acordemos de todo el temario no nos va a ayudar si no podemos recordar cómo respirar durante un examen.
Una forma de relajarse: ya que pinchar las ruedas del coche de un profesor parece que está considerado como un delito -¡Imagina!- la mejor terapia es el sexo y, para los que no les sea posible, siempre está la comida basura, una buena serie de TV a la que engancharse o un libro interesante.
Deseo mucha suerte a los que se examinen, yo me la deseo a mí mismo, y espero no ver a nadie en septiembre porque de ser así, eso querrá decir que yo estaré allí.
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