miércoles, 17 de agosto de 2011

El Mago de Roma

La de ayer se anticipaba una tarde aburrida. Había quedado con las chicas para tomar algo por la noche y la espera se me estaba haciendo interminable, así que encendí la tele con la esperanza de que fuera suficiente distracción para hacer pasar el tiempo con rapidez. Así fue. Estaba a punto de empezar El Mago de Oz, lo que me aseguraba casi dos horas over the rainbow. Kansas en blanco y negro, el Oz technicolor, y de nuevo Kansas. Todo un viaje.

Una vez terminada la película salté a los informativos. Estaban hablando de la JMJ. En pantalla apareció la Plaza de Cibeles de Madrid, donde una aglomeración se apiñaba ante la imagen del papa proyectada en una enorme pantalla. Los habitantes de la ciudad Esmeralda reunidos en torno a la llameante cabeza del gran Mago.

No pretendo hacer un alegato contra la religión; se trata de una defensa de la espiritualidad. Una y otra deberían estar relacionadas, y sin embargo no es así. Tal vez deberíamos dejar de mirar hacia arriba, donde solo hay nubes -y algún avión-, y empezar a mirar hacia dentro, donde reside la verdadera espiritualidad, la auténtica fe. Algunas culturas creen que hay un dios en todos nosotros, y es ese el que debemos buscar, no uno que ha sido descrito y sigue siendo interpretado bajo los valores de la sociedad de hace dos mil años. Cada uno debería ser su propio sacerdote, aprender a caminar en solitario en lugar de dejarse conducir por los dictados de alguien que no deja de ser una persona más, un hombre corriente cuyo único valor es el que le ha conferido haber sido elegido por un tribunal elitista y politizado.

Solo hay una cosa más peligrosa que una idea, y es una idea representada en una sola persona; que dicha persona tenga el control absoluto de esta, y que aquellos que la siguen encuentren en dicha persona a su único y válido representante.

Dorothy no tenía ninguna necesidad de acudir al Mago de Oz para conseguir lo que quería; durante todo el tiempo el poder para lograrlo estuvo en sus manos. En realidad en sus pies, pero creo que se entiende lo que quiero decir.

Vivimos en un mundo de colectivos, no de individuos, y, en mi opinión, este es y siempre ha sido el gran error de la humanidad, especialmente en lo que a religión se refiere, porque un grupo no puede sobrevivir sin un líder, y este, inevitablemente, terminará sintiéndose superior al resto. ¿Por qué? Porque nosotros lo habremos hecho superior.

martes, 9 de agosto de 2011

Pensamientos y vivencias de un viejoven

Sabes que te estás haciendo mayor cuando pasas cuatro días de acampada y tres noches de conciertos, y solo piensas en volver a casa. No se trata de nostalgia, sino de cansancio. Quieres dormir, y que al hacerlo tu espalda no te recuerde la edad que ya no tienes, que ya no aguantas cosas que antes ni notabas -o no te importaba notarlas-; que necesitas comer tres veces al día, siempre a la misma hora. Comida de verdad. Y bebida de verdad, lo que también incluye alcohol de verdad.

Te haces mayor cuando hasta de tus amigos necesitas desconectar, que 24 horas acompañado son muchas horas, y ya tienes suficiente con aguantarte a ti mismo todo el tiempo. Todo el tiempo es mucho tiempo aguantando a cualquiera.

Estás en la edad de ir a festivales de música, te recordaste antes de apuntarte al plan. Veinticinco es la última edad a la que algo así viene a cuento, la única oportunidad que me quedaba para hacer la clase de cosas que más tarde resultarían inapropiadas, incluso patéticas. Tienes veinticinco y vas a correrte una gran juerga, me animaba Alberto semanas antes. Una juerga de cuatro días, sin tregua, hasta el último momento. Dudando, acepté.

El día después del primer concierto desperté sudando alcohol, y respirándolo de nuevo en el viciado aire de la tienda de campaña, que se había convertido en una sauna. Salí al exterior, otra sauna delimitada por la tierra sin abonar donde se había habilitado el camping y el mar Mediterráneo, y me llevé las manos a la cabeza. Viéndome desde fuera me reí de mí mismo, comprendiendo que me estaba haciendo mayor. A mí edad necesito pasar la resaca con dignidad, me dije mientras me sentaba en una silla plegable, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás, esperando indolente a los conciertos de la segunda noche, con las proféticas palabras de Marcos resonando dentro de mi palpitante cabeza: «Voy a necesitar otras vacaciones para recuperarme de estas vacaciones.»

Encontrarse en este punto de la vida es como pararse en un mirador desde donde se puede ver una vertiginosa panorámica de los inminentes treinta; un horizonte que, a pesar de su aparente lejanía, tú sabes de corazón que se encuentra a tiro de piedra.

No hay razón para que la fiesta se acabe, nadie dice eso, y, de hecho, no debería haberla nunca, pero las reglas han cambiado, porque mucho me temo -o tal vez no- que ya no tengo edad para ciertas cosas.