viernes, 28 de agosto de 2009

Distracciones Durante el Estudio

Como era de esperar, la biblioteca había alcanzado su aforo máximo en la primera media hora de la noche. Muchos asientos estaban reservados desde antes de las nueve, momento que la mayoría de estudiantes aprovechaba para tomarse un descanso y cenar algo rápido en sus casas antes de retomar el estudio. Ahora todos estaban de vuelta, con energía renovada y ánimo ligeramente gastado. Pasarían allí la noche, hasta que cerraran sus puertas de madrugada.
Algunas caras eran conocidas, después de varias semanas viéndose cada día resultaba difícil no identificarse como habituales. Uno de ellos destacaba entre la mayoría, como iluminado por una luz especial, impidiendo que centrase mi atención en la materia que ya llevaba con retraso. Tenía mi misma edad y, por lo que pude descubrir tras semanas cotilleando sus apuntes para averiguar
algo más de él, era estudiante de ingeniería o algo relacionado con números y complicados algoritmos matemáticos que un chico de letras como yo no era capaz de entender. No importaba, a mí me interesaba el estudiante, no lo que estudiaba.
El chico en cuestión solía ir a la biblioteca acompañado de un par de amigas, igual que yo, desplegando con desenfadado encanto la sonrisa más arrebatadora que podía brillar entre la multitud de rostros anónimos, adueñados del resto de asientos a su alrededor. Me fijé en él el primer día, pero no fue hasta la segunda semana cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez. En aquella ocasión, una especie de corriente viajó por mis extremidades de medio a medio, y lo seguía haciendo cada vez que iniciábamos aquel excitante juego de pensamientos implícitos poco después de tomar asiento en nuestras mesas habituales.
Ninguno parecía querer dar el siguiente paso, el simple intercambio de miraditas resultaba tan divertido como emocionante, lo importante era mantenerlo; aquello era lo único que nos ayudaba a sobrellevar días como aquellos, empujándonos a sacudirnos la pereza para encaminarnos al campus un día más. El chico que destacaba sobre la multitud –¡qué guapo era!- movió los labios formando la palabra “hola”. Al día siguiente empezaban los exámenes y cada uno se marcharía a su respectivo destino universitario, tal vez no quería dejar pasar la oportunidad de conocernos. Yo respondí al reclamo con una sonrisa nerviosa y un torpe saludo con la mano libre de subrayadores.
Mi móvil empezó a vibrar sobre la mesa, llamando la atención de la gente –alguno incluso me puso mala cara-, así que me dirigí a la salida con paso apurado para responder a la llamada. Era mi madre, que quería saber cómo lo llevaba, consiguiendo hacerme sentir culpable por no estar a lo que tenía que estar. La conversación no duró mucho, se trataba de un simple seguimiento materno de rutina. Enseguida volví a sentarme, impaciente por encontrarme de nuevo con los ojos de mi objeto de devoción. Entonces, un miedo lacerante me atravesó como una jabalina lanzada con la certera puntería de un cazador. El chico ya no estaba y sus apuntes tampoco, lo que indicaba que no volvería. Nunca habría imaginado que un espacio vacío pudiese causar en mí aquel efecto. Normalmente, encontrar un sitio libre en la biblioteca aseguraba una jornada de productivo estudio en un lugar cómodo y bien iluminado.
Estudio. Los exámenes estaban al caer.
Mis apuntes todavía descansaban sobre la mesa, a la espera de ser leídos, subrayados y, finalmente, memorizados. Tras un breve momento de incertidumbre ante lo que podía haber sido, decidí continuar con lo que había venido a hacer, esperando que la próxima distracción no tenga una sonrisa tan bonita.

martes, 18 de agosto de 2009

Amor, curiosidad, prozac y dudas de Lucía Etxebarría


No hay nada mejor que llenar las horas de los días sumergido en el mundo inventado de tu escritor favorito, del que terminas formando parte sin siquiera darte cuenta, desde el primer personaje del que te has enamorado hasta la atmósfera de la última novela que ha llegado a tus manos.
Yo no tengo escritor favorito, más bien una lista y, sin duda, Lucía Etxebarría está incluida.
Un Milagro en Equilibrio fue la primera novela de la escritora valenciana que leí, la última publicada en aquel momento. Su forma de narrar los acontecimientos a base de saltos en el tiempo, como un anecdotario de relatos pasados que se enlazan formando un contexto global alrededor del presente de los personajes, esencialmente mujeres, consiguió engancharme a la historia desde la primera línea.
Era cuestión de tiempo que terminase buscando entre los atestados estantes de alguna librería el siguiente título de la escritora -en edición de bolsillo, que soy estudiante- de cuya protagonista esperaba enamorarme igual que lo había hecho de Eva Agulló en
Un Milagro en Equilibrio. Y leí el volúmen de relatos Una Historia de Amor como Otra Cualquiera, seguido de De Todo lo Visible e Invisible, y Cosmofobia. Hasta que llegué a Amor, Curiosidad, Prozac y Dudas.
ACPyD es la primera novela publicada de Lucía Etxebarría, unicamente precedida de La historia de Kurt y Courtney: aguanta esto, biografía de Kurt Cobain y Courtney Love.
La primera de sus novelas está protagonizada por tres hermanas completamente diferentes en apariencia pero que, a medida que se suceden los acontecimientos, nos damos cuenta de lo mucho que se parecen en realidad.
No voy a engañar a nadie, esta no es la mejor lectura para mentes depresivas. Cada una de las protagonistas narra en primera persona las desgracias de sus vidas personales, asoladas por un trabajo desagradecido, la insatisfacción emocional o la falta total de aspiraciones en la vida. Se trata de una historia de historias tristes, donde cualquier veinteañero podría sentirse identificado, sobre todo con el personaje de Cristina, una chica de veintitantos que comienza su narración relatando su último polvo, tan intrascedente como todos los demás en comparación con los que echaba con su ex novio, con quien ha cortado antes de iniciarse la novela. No resulta difícil identificarse con esa forma tan contemporánea de buscar el amor, o el sustitutivo rápido que ofrece el sexo. Pero no todo es drama, ni en la vida ni en la literatura, y cada personaje, cada uno a su manera, intenta cambiar las cosas de la mejor manera que se le ocurre, unas más afortunadas que otras.
En cualquier caso me ha encantado la novela, genial inicio de la carrera literaria de su autora, una de mis favoritas, y la recomiendo encarecidamente.