viernes, 6 de abril de 2007

Correr hacia adelante


Llevaba diez minutos corriendo desde que había pisado el firme asfalto a la salida del apartamento de su novia o, mejor dicho, su ex novia.
Habría sido una escena de lo más normal en una soleada mañana de domingo, de no ser porque el improvisado atleta no vestía con la ropa adecuada para la actividad que había comenzado a practicar espontáneamente. Por el contrario, llevaba puesto un traje de chaqueta como tantos otros de los que usaba para ir a trabajar y unos zapatos de vestir que le causarían más de una molestia eventualmente.
Corría porque tenía miedo de lo que sentiría al detenerse, porque comenzaría a racionalizar la que había sido su última conversación con la que pensaba que era la mujer de su vida, porque descubriría que llevaba tiempo sospechando que aquel día estaba acercándose inexorablemente y él había preferido disfrazar la cruda realidad, como en otras ocasiones había terminado haciendo con tanta eficacia, al menos hasta que la herida terminaba por ser más grave de lo que se podía entrever y el parche sólo podía curar a corto plazo.
Al correr únicamente veía el recorrido que atravesaba y la gente que dejaba atrás. La única sensación que apreciaba era el viento soplando en su contra como si estuviera barriendo de su cuerpo toda la suciedad que sentía sobre sí mismo.
Esperaba que, así como dejaba atrás el espacio físico que nunca más visitaría y la persona a la que no volvería a abrazar, también quedara rezagada la frustración que comenzaba a crecer a causa de su sentimiento de culpa, no por haber hecho algo mal, sino por no haber hecho nada bien, por no haber sabido entender los sentimientos de la otra parte y rabia, también sentía rabia porque el convencimiento de que aquella persona no era para él, por mucho que así lo hubiera deseado, era más doloroso que el agotamiento en sus piernas, la presión en el pecho y las heridas que comenzaban a causarle el inadecuado calzado en sus gastados pies.
Desconocía cuánto tardaría en detenerse pero, al menos, durante ese tiempo se sentía seguro, porque su única preocupación era la de decidir si tomar el camino hacia la izquierda o hacia la derecha. Una cosa estaba clara, debía seguir hacia adelante, porque cada uno de los caminos que con ella había tomado únicamente habían traído dolor y desolación.
Su vida seguía, así como el camino que se definía ante sus ojos a medida que lo recorría, desde aquel instante, solo.

miércoles, 4 de abril de 2007

La joven Sacerdotisa



Había una vez una Suma Sacerdotisa de la Diosa. Ella todavía era joven cuando se convitió en superiora, pero su predecesora había muerto demasiado pronto y la orden se había visto forzada a bendecir a la elegida prematuramente, a pesar de sus reservas iniciales.
Desde que sus padres la habían enviado a aquella orden que ahora era su hogar esperando educarla en aquel culto tan antiguo como respetado, la joven siempre había soñado con convertirse en una sabia y querida superiora de la orden, un sueño que no tardaría en hacerse realidad.
Las otras sacerdotisas, ahora sus pupilas y protegidas, le pedían ayuda o consejo, y la joven líder no tardó en comenzar a comprender que había una ocasión para todo y, posiblemente, aquel no era el momento para que ella fuese una líder espiritual.
El primer año había pasado mucho más rápido de lo que habría podido imaginar y, sin advertir el cambio, se dio cuenta de que durante el transcurso de los días y las nuevas experiencias vividas, ella se había transformado en una adoradora de la Diosa realmente avanzada. Sus compañeras la respetaban y habían dejado de verla como la muchacha inocente y falta de experiencia que había sido una vez. Todas la veían como la mujer que había nacido en ella. Después de todo se sentían orgullosas de su nueva Suma Sacerdotisa.
Un día, cuando la superiora envejeció y consiguió aceptar su entrada en la fase de Anciana, escogió a una jovencita como su futura sucesora. La muchacha, tan sorprendida como asustada, confesó sus sentimientos a su maestra, y ésta, mostrando una dulce sonrisa en su veterano rostro, le respondió diciendo:
-Querida mía, no importa lo joven o inexperta que seas. En lo que concierne a tu sino, lo superarás. Y serás una magnífica hija de la Diosa, porque éste y no otro es tu destino.
Entonces, la nueva sacerdotisa dejó sola a su matriarca y continuó caminando sabiendo que sus miedos se esfumarían, que se convertiría en la buena Suma Sacerdotisa que debía ser. Porque todos tenemos un destino escrito y lo único que cambia es el camino que elegimos recorrer para alcanzarlo.